sábado, 31 de enero de 2015

Goethe



"Mis obras están nutridas por miles de individuos diversos, ignorantes y sabios, inteligentes y obtusos. Mi obra es la de un ser colectivo que lleva el nombre de Goethe."
(confesión de Goethe a un visitante poco antes de morir, 1832)


miércoles, 7 de enero de 2015

Kafka



Kafka vivió siempre en tensión y fue esa tensión y su maravilloso talento para la narración lo que confirieron autenticidad a sus imágenes por muy inconcebibles que fuesen, hecho que salta a la luz cuando esas imágenes son analizadas tomando distancia. Cosa realmente difícil, por otra parte, puesto que Kafka no nos deja tomar distancia. Nos mantiene agarrados, a los lectores, en el pulso de su narración y, así, somos capaces de llegar por medio de sus frases a regiones pobladas de personajes estrafalarios, o a pueblos fantasmales, atrayentes cantinas, infectas dependencias, tribunales decadentes y oficinas delirantes, lugares ficticios todos ellos pero de una subyugante verosilitud construida a base de perseverancia, decepciones, dudas y sueños.
En sus libros, Kafka nos hace conocer aquello que le atosigaba, nos explica el porqué no conseguía alcanzar sus objetivos, cuáles eran las trabas con las que una y otra vez se topaba. Es decir, lo inexpugnable de las obligaciones en cuanto se las mira de frente. En sus obras, sentimos la presencia de un círculo vicioso, permanente frontera en la que giraban sus obsesiones. Y, sin embargo, ese círculo vicioso que podría ser fuente de repetición y hastío, lo transformó en un mundo en que las formas y los personajes, a pesar de estar definidos con gran precisión, muy visualmente, carecen de consistencia y, de esta forma, los cambios que acontecen en sus páginas son aceptados con naturalidad, como la única norma clara de un espacio y un tiempo sin normas claras, lleno de órdenes, y contraórdenes, y malentendidos. La vida es un juego extraño donde todos menos él parecen saberse las reglas, donde todos menos él parecen moverse con aplomo hacia algún lugar. Por supuesto, era consciente de que no existía tal lugar, que los demás se lo inventaban, y que se lo creían después. Y ese conocimiento provocaba que el escritor no se conformase con aquel juego, con la falacia que permitía a sus congéneres adquirir afán y ganas de prosperar.
Kafka buscaba algo mucho más firme, algo real. Kafka buscaba su propia imagen, para destruirla después. No le bastaba su reflejo. Se buscaba a sí mismo, en su interior, y en sus páginas nos hace partícipes de sus avances y de sus fracasos (generalmente mucho más abundantes) en este camino de autoconocimiento que chocaba una y otra vez con los muros de fortalezas demasiado protegidas.