En julio de 2003, Roberto Bolaño
sufre su última crisis hepática y muere; desde hacía tiempo aguardaba un
trasplante de hígado que jamás llegó. Qué habría escrito si aquel órgano
hubiese llegado. Escribir. Escribir. “Hasta el escritor más falso ha sentido,
durante un segundo, la sombra del éxtasis”, decía el escritor chileno, “sin
duda el éxtasis no lo han sentido, continuaba, el éxtasis, tal cual, quema… No
han entrado en el éxtasis”. La tarea del escritor es continua, cometer todos
los errores posibles se antoja, por tanto, necesario. Escoger, por ejemplo, las
palabras equivocadas, las palabras difíciles como transcripción de pensamientos
simples. No supliques, no exijas tributo, escritor. Se terminó el perder el
tiempo, se terminó el huevear, como diría el Bolaño de México D.F. En México
D.F. Bolaño puso los cimientos de su escritura mientras buscaba ser poeta. Como
Papasquiaro, capaz de escribir en cualquier superficie poesía así de rotunda:
“el vientre de mis dientes no deja de masticar su propia pulpa”, “la poesía es
psilocibina ardiente”, o “raíz que surge y se evapora en el zaguán de las
nubes”. La literatura también está hecha de nombres, innumerables, de fechas,
irrecordables. Exceptuemos las excepciones, faltaría más. Este artículo, cómo
no, estará lleno de excepciones. Fevor de
Buenos Aires, pongamos por caso, se publicó en 1923, y lo traemos como
excepción porque contiene a Borges, a todo Borges. Borges se retrata a cada
instante. Contemplo la sonrisa de Borges mientras escucha el rumor de la
lectura de una bella aliteración de Cansinos. ¿Quién fue Rafael Cansinos Assens,
por cierto? Borges lo llamaba maestro. Ahí queda eso. No hay tiempo perdido para
un escritor que lea lo que otro escritor dejó escrito.
Hay un libro que con certeza
poseyó Papasquiaro, la antología que reunió a Bukowski, Lamantia y Norse,
publicada en Penguin, titulada Modern
Poets. Para esto, también, sirve escribir poesía en las primeras páginas de
un libro de poesía. Solo recordamos lo que nos ponen por delante, así que no
seamos timoratos. Bolaño quiso ser poeta, pero no fue suficiente con quererlo y triunfó como narrador. A Bukowski, en cambio, la jugada le salió redonda. ¿Con qué Bukowski quedarse,
el de los cuentos o el de los poemas? Por supuesto, es una opción absolutamente plausible no
quedarse con ninguno. O con los dos. Henry Charles Bukowski nació en Alemania,
ojo. Philip
Lamantia nació en San Francisco, California, sus padres eran emigrantes
sicilianos. Y Harold Norse, en New York City. Se encuentran con
facilidad en internet imágenes de Harold Norse, y hay algunas curiosas. Por
ejemplo, conoció a Anaïs Nin, quién lo diría, y tenemos constancia gráfica de
ello. En un par de ocasiones se le ve con una media sonrisa al lado de
Burroughs. De Philip Lamantia se dice que siendo adolescente quedó fascinado
por el surrealismo tras ver los cuadros de Salvador Dalí en el Museo de Arte de
San Francisco. A Dalí se le expulsó de este movimiento artístico que lideraba
André Breton, como cuenta el propio Dalí en Diario de un genio (publicado en
1983). Lamantia escribió fragmentos como estos: “El tragaluz se anega / cuando tú
entras en mi voz / llevando una caja de fuego / completamente silenciosa”. Fue
adicto a las drogas.