martes, 18 de noviembre de 2014

Ludwig Hohl



"Nuestro mundo está limitado por una pared en la que hay millones de minúsculas aberturas. Ninguna de estas abertura lleva más lejos, o muy poco más lejos solamente, una distancia ínfima, hacia el interior de la pared, pero en ningún caso más allá de nuestro mundo. Hay una, sin embargo, una sola entre esas innumerables aberturas, cuyo diámetro tal vez sea de una millonésima de milímetro, que conduce más allá, y no solamente más allá, sino a través de la pared, abriéndose sobre otro mundo, que se amplifica sobre el nuestro y que acaso llega a desembocar sobre el universo."





miércoles, 12 de noviembre de 2014

Serán ceniza...



«Serán ceniza...»

Cruzo un desierto y su secreta
desolación sin nombre.
El corazón
tiene la sequedad de la piedra
y los estallidos nocturnos
de su materia o de su nada.

Hay una luz remota, sin embargo,
y sé que no estoy solo;
aunque después de tanto y tanto no haya
ni un solo pensamiento
capaz contra la muerte,
no estoy solo.

Toco esta mano al fin que comparte mi vida
y en ella me confirmo
y tiento cuanto amo,
lo levanto hacia el cielo
y aunque sea ceniza lo proclamo: ceniza.
Aunque sea ceniza cuanto tengo hasta ahora,

cuanto se me ha tendido a modo de esperanza.


(José Ángel Valente, en "A modo de esperanza", 1954)


José Ángel Valente (Orense, 1929-Ginebra, 2000)



miércoles, 5 de noviembre de 2014

Non serviam




¿Quién dijo esto por primera vez?
¿Y por qué?
Me gustaría pensar que, quien lo dijo, lo hizo porque quería rebelarse contra el poder impuesto, contra ciertas potestades ganadas no ya por los méritos o capacidades sino por delegación lejana y genealógica. El paraíso, entonces, dejó de ser paraíso. Y los dioses se hicieron necesarios. En realidad, aunque nos cuentan lo contrario, en el paraíso no había dioses porque nadie estaba por encima de nadie, ni tampoco por debajo. Es más, la misma idea de que un regente es algo superior es ridícula, un regente de esta realidad está compuesto por las mismas trazas que su súbdito. Sin embargo, les otorgamos, y se otorgan, poder en forma de títulos (reyes, presidentes, directores, etc.) o en forma material por disponer de dinero, el curioso papel con tinta que estratifica a las personas al detalle. Crear estratos en la base de la sociedad. En cualquier caso, el dinero llega hasta cierto lugar, luego hay cuestiones más sutiles relacionadas con la sangre y con la genealogía que no se pueden comprar. Al menos inmediatamente. En el paraíso todo esto no existía. No existían los clanes ni el dinero. Todo vino después de la expulsión..
El ser humano, al menos desde que nuestra estirpe fue expulsada del paraíso, comparte una similitud muy grande con el ángel caído. Este también fue expulsado, esta vez del cielo. Aunque cielo y paraíso son casi sinónimos en el sentido de lugares perfectos. Es decir, si fue el ángel caído quien dijo primero Non serviam, que está por ver, y esto le acarreó la expulsión, pues vemos claramente que a nosotros nos ocurrió algo parecido aunque de manera más inocente ya que desobedecimos picados por la curiosidad y no como un acto de afirmación. Además en el relato de nuestra expulsión aparece como principal protagonista la serpiente (símbolo, entre otros, del ángel caído) incitando a esa acción en contra de los mandatos de dios. Es obvia y patente la relación del ángel caído con el ser humano y la expulsión de cierto lugar idílico. Colegir que por tanto el ser humano es el ángel caído es quizás dar un paso muy grande, pero al menos podemos asegurar que algo muy parecido nos sucedió a los dos. Como consecuencia de ser expulsados, para nosotros (y para el ángel caído aún más), ya aparece el arriba y el abajo; es como si el paraíso constituyese una dimensión superior, más perfecta, y la tierra, con su realidad en tres dimensiones y sometida al tiempo, fuese algo inferior, con más sufrimiento.
Non serviam, debido a estas historias, es una expresión estigmatizada. Es su pronunciación y su ejecución la que acarrea la expulsión del paraíso. Por supuesto, está asociada a Lucifer, Mefistófeles o Lilith, o sea, asociada al mal, a la tentación, a la querencia de poder, etc., cuando en realidad tan sólo es una declaración de rechazo de la esclavitud. Por eso, en este tiempo de esclavitud encubierta en bellos ropajes de libertad y autoexpresión, me parece fundamental recuperar su significado literal, despojado de todo lo superfluo, esto es, no serviré, esto es, no quiero servir, esto es, no quiero ser esclavo. No ser esclavo no significa no aceptar el lugar que nos corresponde, el lugar que ahora mismo ocupamos. No debemos servir al universo, pero debemos respetarlo como el universo fuera nosotros mismos, como por otra parte en realidad es; no debemos servir a la naturaleza, pero debemos respetarla como si fuese nosotros mismos, como en realidad es; no serviremos al cielo, pero debemos respetarlo como si fuese nosotros mismos, cosa que realmente es. Y así con todo lo existente.
Estamos llegando al umbral en cada uno de los frentes abiertos, en cada una de las formas de búsqueda de respuestas que hemos ideado los humanos. El arte y la ciencia, como avanzadillas que son, lo llevan diciendo tiempo ya. Estamos en las fronteras del mundo. Pudiera ser que lo que nos expulsó del paraíso, sea lo que nos regrese a él.





lunes, 6 de octubre de 2014

Borges por Piglia


Borges por Piglia, Clase 1:





Borges por Piglia, Clase 2:



Borges por Piglia, Calse 3:



Borges por Piglia, Calse 4:





sábado, 27 de septiembre de 2014

Ojito con Francis Bacon




"Tenemos diversos y curiosos Relojes, y otros que realizan Movimientos Alternativos... Y también tenemos Casa de los Engaños de los Sentidos, donde efectuamos todo tipo de Manipulaciones, Falsas Apariencias, Imposturas e Ilusiones... Estas son, hijo mío, las Riquezas de la Casa de Salomón."

(Francis Bacon, New Atlantis, ed. Rawley, Londres, 1627, pp. 41-42;  cita extraída de El Péndulo de Foucault, de Umberto Eco)






(Francis Bacon, 22 enero 1561- 9 abril 1626)






lunes, 8 de septiembre de 2014




"A parlar d'ira, a ragionar di morte."


Francesco Petrarca
(Rime: CCCXXXII)


Francesco Petrarca
 (Arezzo, 20/07/1304 – Arquà Petrarca, Padua, 19/07/1374)




miércoles, 6 de agosto de 2014

Arte de la poesía



Arte de la poesía

Implacable desprecio por el arte
de la poesía como vómito inane
del imberbe del alma
que inflama su pasión desconsolada
de vecinal nodriza con eólicas voces.

Implacable desdén por el que llena
de rotundas palabras, congeladas y grasas,
el embudo vacío.

Por el meditador falaz de la nuez foradada,

por el que escribe ¡ay! y se pone peana,

por el decimonónico, el pajizo, el superfluo, el obvio,

por el que anda aún entre seres y nadas
flatulentos y obscenos,

por el tonto tenaz,

por el enano,

por el viejo poeta que no sabe
suicidarse a tiempo debajo de su mesa,

por el confesional,

por el patético,

por el llamado, en fin, al gran negocio,

y por el arte de la poesía ejercido a deshora
como una compraventa de ruidos usados.




José Ángel Valente,
poema extraído del libro El inocente, 1970;
se puede decir más alto pero no más claro:

"Implacable desprecio por el arte
de la poesía como vómito inane
del imberbe del alma"




De "EL ANTICRISTO"



<Todo lo que es recto, altivo, soberbio, la belleza sobre todo, le hiere los ojos y los oídos. Una vez más,me permitiré recordar la inapreciable frase de San Pablo: "Dios ha elegido lo que es débil ante el mundo, lo que es insensato ante el mundo, lo que es innoble y despreciado." Esa fue la fórmula: in hoc signo venció la decadencia. Dios es la cruz, ¿comprendéis ahora la terrible intención que hay detrás de este símbolo? Todo lo que padece, todo lo que está colgado en la cruz, es divino. Todos nosotros estamos clavados en la cruz: luego somos divinos. Nosotros sólo somos divinos. El cristianismo fue una victoria: la opinión sensata murió. La mayor de las desventuras de la humanidad ha sido el cristianismo.>

(El Anticristo, anaya editores, México)




Friedrich Nietzsche



  

martes, 29 de julio de 2014

miércoles, 2 de julio de 2014

Gaia



"Podríamos decir que la Tierra tiene un alma vegetativa, y que el suelo es su carne; los sucesivos estratos rocosos que forman las montañas, sus huesos; las rocas porosas, sus cartílagos; las venas de las aguas, su sangre. El lago de sangre que rodea el corazón es el océano. La respiración es el aumento y la disminución de sangre en el pulso, exactamente como en la Tierra es el flujo y el reflujo del mar."

Leonardo Da Vinci, Códice Leicester (folio 34r)






viernes, 6 de junio de 2014

miércoles, 14 de mayo de 2014

Bolaño-Papasquiaro-Borges-Cansinos-Bukowski-Lamantia-Norse-Nin-Burroughs-Dalí-Breton





En julio de 2003, Roberto Bolaño sufre su última crisis hepática y muere; desde hacía tiempo aguardaba un trasplante de hígado que jamás llegó. Qué habría escrito si aquel órgano hubiese llegado. Escribir. Escribir. “Hasta el escritor más falso ha sentido, durante un segundo, la sombra del éxtasis”, decía el escritor chileno, “sin duda el éxtasis no lo han sentido, continuaba, el éxtasis, tal cual, quema… No han entrado en el éxtasis”. La tarea del escritor es continua, cometer todos los errores posibles se antoja, por tanto, necesario. Escoger, por ejemplo, las palabras equivocadas, las palabras difíciles como transcripción de pensamientos simples. No supliques, no exijas tributo, escritor. Se terminó el perder el tiempo, se terminó el huevear, como diría el Bolaño de México D.F. En México D.F. Bolaño puso los cimientos de su escritura mientras buscaba ser poeta. Como Papasquiaro, capaz de escribir en cualquier superficie poesía así de rotunda: “el vientre de mis dientes no deja de masticar su propia pulpa”, “la poesía es psilocibina ardiente”, o “raíz que surge y se evapora en el zaguán de las nubes”. La literatura también está hecha de nombres, innumerables, de fechas, irrecordables. Exceptuemos las excepciones, faltaría más. Este artículo, cómo no, estará lleno de excepciones. Fevor de Buenos Aires, pongamos por caso, se publicó en 1923, y lo traemos como excepción porque contiene a Borges, a todo Borges. Borges se retrata a cada instante. Contemplo la sonrisa de Borges mientras escucha el rumor de la lectura de una bella aliteración de Cansinos. ¿Quién fue Rafael Cansinos Assens, por cierto? Borges lo llamaba maestro. Ahí queda eso. No hay tiempo perdido para un escritor que lea lo que otro escritor dejó escrito.

Hay un libro que con certeza poseyó Papasquiaro, la antología que reunió a Bukowski, Lamantia y Norse, publicada en Penguin, titulada Modern Poets. Para esto, también, sirve escribir poesía en las primeras páginas de un libro de poesía. Solo recordamos lo que nos ponen por delante, así que no seamos timoratos. Bolaño quiso ser poeta, pero no fue suficiente con quererlo y triunfó como narrador. A Bukowski, en cambio, la jugada le salió redonda. ¿Con qué Bukowski quedarse, el de los cuentos o el de los poemas? Por supuesto, es una opción absolutamente plausible no quedarse con ninguno. O con los dos. Henry Charles Bukowski nació en Alemania, ojo. Philip Lamantia nació en San Francisco, California, sus padres eran emigrantes sicilianos. Y Harold Norse, en New York City. Se encuentran con facilidad en internet imágenes de Harold Norse, y hay algunas curiosas. Por ejemplo, conoció a Anaïs Nin, quién lo diría, y tenemos constancia gráfica de ello. En un par de ocasiones se le ve con una media sonrisa al lado de Burroughs. De Philip Lamantia se dice que siendo adolescente quedó fascinado por el surrealismo tras ver los cuadros de Salvador Dalí en el Museo de Arte de San Francisco. A Dalí se le expulsó de este movimiento artístico que lideraba André Breton, como cuenta el propio Dalí en Diario de un genio (publicado en 1983). Lamantia escribió fragmentos como estos: “El tragaluz se anega / cuando tú entras en mi voz / llevando una caja de fuego / completamente silenciosa”. Fue adicto a las drogas.



domingo, 20 de abril de 2014

Voluntad



Voluntad



Te he visto desde la ventana,
vamos, levántate de una vez,
ven y cubre los gusanos con tierra.
¿Por qué me rogaste que no te dejara sola?
Dos días después aparecieron las matronas,
los senos descolgados como estropajos,
los rostros vueltos hacia la ciudad,
mal menor del mundo.
Sus manos, sin embargo, reconfortaban el sueño.

Te he escuchado clamar por venganza,
ambicionabas la pesadilla, la vorágine
de las noches.
Es madrugada cuando se parte el cielo
tras el techo opresor del aliento.
¿Cómo acordonar el alma?
El tiempo nos empuja a todos.
En realidad, el mensaje es bastante simple,
te pido
que creas en ti.





sábado, 5 de abril de 2014

Veinte años sin Kurt Cobain




Lo encontró muerto un electricista apellidado Smith
el 8 de abril de 1994, sin embargo los forenses establecieron
que llevaba muerto desde el 5.

sábado, 15 de marzo de 2014

Za Za, emperador de Ibiza



El abismo de la felicidad

Reseña de Estanislao M. Orozco
sobre
“Za Za, emperador de Ibiza”, la nueva novela de Ray Loriga





Ayer, jueves 13 de marzo de 2014, tuve, cosa inusual, la mañana para mí tras la cancelación de un trabajo. Decidí, en un rapto de inspiración, ir a fnac y leer la nueva novela de Ray Loriga, “Za Za, emperador de Ibiza”, que ha publicado Alfaguara. En otras circunstancias, la hubiese comprado sin dudarlo pero, para decirlo con suavidad, mis arcas no atraviesan su mejor momento y, además, hace años “Ya sólo habla de amor” me había decepcionado (aun reconociendo que es una obra muy bien escrita que desnuda la ruptura amorosa sufrida por el escritor) porque el motor de la novela, esto es, lo del baile en la embajada Suiza, era deficiente, una trama sin fuerza que no podía hacer andar nada. Pero regresemos a la mañana de ayer jueves. Y ahí estoy yo, aparcando la moto, llegando a fnac, sentándome en una butaca blanca algo sucia con “Za Za, emperador de Ibiza” entre las manos, y con cierta prisa, lo reconozco, porque únicamente tenía unas cuatro horas para leerme la novela: eran, en ese momento, sobre las once de la mañana y debía recoger del colegio a mis dos hijas a las tres y media, y el colegio no estaba precisamente cerca de la fnac

Pues bien, me puse a leer sin demora y con el acelerador levemente presionado, una lectura que obviaba, en consecuencia, el detalle, una lectura que no podía detenerse lo que hubiese deseado en determinados párrafos…, lo cual ayudó a restarle profundidad a la novela, a considerarla mero entretenimiento: un suceso no circunstancial, relevante a todas luces, que Ray Loriga –intuyo– ha buscado y en mí, precipitado por la exigida velocidad de la lectura, conseguido. En otras palabras, me barrunto que Loriga ha querido engatusar al lector, incluso al crítico ‘resultadista’[1], con las capas superficiales de la novela, y que lo ha logrado en muchas ocasiones. Sin embargo, si se lee con atención, o si se relee (como yo estoy haciendo ahora mentalmente al escribir esta reseña), la profundidad es innegable: baste recalcar que la felicidad es el abismo que sustenta la novela. Digámoslo ya, el escritor inventa, y hace muy bien –para qué amargarse– una droga perfecta que proporciona felicidad, una felicidad plena pues “no hay día de después” (cito de memoria), o sea, no hay salida, o final, de la felicidad creada con la droga. Una droga, un placebo…, ya puestos, da igual. Es cierto que también, como se ha dicho, quizás en demasía, Loriga ha querido divertirse y divertir con “Za Za, emperador de Ibiza”, cosa que en ocasiones logra, y un servidor no es de carcajada fácil. Es cierto que Loriga también proporciona otras cuantas profundidades aledañas, como la posible independencia de un territorio, la geopolítica del narcotráfico o la neuropsicología, pero no calan demasiado porque son necesarias únicamente para ocultar el abismo de la felicidad que sustenta la novela, es como si Ray hubiese ideado una serie de inhibidores que dificultasen el descenso al verdadero nivel desde el que se ha creado esta novela, el nivel de la desesperación, tan actual, por cierto; por eso el escritor nos engatusa con sexo, drogas, fiestas y lujo made in Ibiza, con los tópicos ibicencos, en definitiva, y que se agradecen, no vayan a equivocarse; por eso aparecen en la novela referencias a la DEA (Drug Enforcement Administration), a Obama, o al Dueño del Agua. Por eso se muestra todo el oropel en primer plano, tan obvio. Pero hay que mirar más allá, o mejor dicho, con mayor atención, enfocando los detalles. Esto me recuerda al principio de la novela, cuando Zacarías Zaragoza, alias Za Za, el protagonista, por supuesto, en una de esas tiendas de ropa del puerto de Ibiza, duda qué camisa comprarse entre dos camisas a simple vista idénticas y para decidirse inspecciona cuidadosamente las costuras de ambas, percatándose de las sutiles diferencias en la calidad de estas. Así, ya con los ojos más abiertos, si releemos determinados pasajes (cosa que yo estoy haciendo ahora en mi cabeza), percibimos el minucioso trabajo del escritor para ir contando en imágenes dobles lo que en realidad ocurre, esto es, superponer felicidad y verdad, imaginación y realidad; y pienso ahora en la llegada del enorme yate al puerto de Ibiza, obviamente llamado ZAZA, como la droga perfecta de la novela, cuando comienza la acción, como también pienso ahora en el helicóptero que entrevé Za Za, despegando de ese lujoso barco, o Zulema, la simia, y Zulema, la hermosa Lolita con dotes adivinatorias, personaje que ve, o que ya ha probado, el futuro… Son estas, y muchas más, las distintas capas que van dando profundidad a una novela que, en principio, se nos antoja superficial, pero que, creo que a estas alturas queda claro, no lo es. El escritor de cuarenta y siete años recién cumplidos ha elegido este recurso para enfatizar ese descenso a la oscuridad de la felicidad, allí donde es posible confrontar verdad y felicidad, la máscara con su dueño. “Za Za, emperador de Ibiza” nos incita a replantearnos qué es la felicidad, qué seríamos capaces de dar a cambio de una felicidad perfecta y a nuestra medida. Es entonces cuando Ray Loriga nos saca del sueño, de su sueño, con un manotazo de verdad, repentino, que me pareció lo mejor del libro. El escritor dinamita sin atisbo de duda el edificio construido bien que mal por las disparatadas aventuras de Za Za para que sea engullido hacia las profundidades en un santiamén, como aquel impactante agujero que se llevó algunas viviendas y dos vidas en Guatemala en 2010.

De hecho, recuerdo todavía un par de segundos –impagables– en los que sentí cierto mareo tras esa desaparición súbita que precipita el final de la novela e imponía, en mi caso, el regreso exprés desde las páginas del libro hacia la realidad de las tres de la tarde, momento de encaminarme hacia el abismo de la felicidad de tener que recoger a mis dos hijas del colegio, y que, luego, estuviesen allí esperándome; esa felicidad imperfecta, pero de verdad, y frágil y fugaz porque se están peleando por una hebilla del pelo de color rojo, la misma hebilla que no les importaba nada ayer, la misma hebilla que mañana, y en un puñado de minutos, estará tirada sin que nadie le haga caso, una hebilla de repente muy especial e importante aunque tengan en casa cincuenta hebillas del pelo más, también algunas rojas, de todos los colores, en realidad.






[1] Término extraído del argot futbolero cuya significación, supongo, Ray Loriga, gran conocedor del fútbol, habrá de apreciar en su totalidad.

martes, 25 de febrero de 2014

El enemigo intratable de Burgess



La vida de Anthony Burgess cambió en 1959, concretamente en el momento en que consiguió la baja por invalidez del Servicio Colonial Británico; un lustro antes había solicitado empleo como profesor —fue destinado a Malasia primero y a Borneo después—. Tenía cuarenta y dos años y el diagnóstico de un tumor cerebral maligno. Así las cosas, regresó a Inglaterra con su mujer, Lynne, y se dedicó a escribir frenéticamente (“En un año había completado cinco novelas, relatos cortos, un par de obras de teatro  y varios guiones para programas de radio”) como si  hubiese interiorizado hasta sus últimas consecuencias lo que afirmaba Miguel de Unamuno en ‘Cómo se hace una novela’ (1927): La literatura no es más que muerte.

Sin embargo, pronto quedó en evidencia que su final no estaba tan próximo como se suponía, lo que no mermó su dedicación a la escritura, pues Burgess pensaba que “el ser escritor requiere una práctica continua; siempre es más difícil poner en marcha un motor cuando lleva tiempo apagado. Ahora tiendo a publicar una novela por año, que combino con trabajos académicos de temas diversos (filología, música o literatura). Encuentro que escribir un libro académico de vez en cuando estimula la creatividad.”

Fruto de esa intensa actividad creadora surgió en 1962 la que sería su novela más famosa, ‘A clockwork orange’, la novela que sin dudas se asocia al nombre de Anthony Burgess en primer lugar. Gran parte de este reconocimiento vino en 1971 cuando el director de cine Stanley Kubrick llevó esa historia a la gran pantalla. La película de Kubrick generó fuertes controversias, pues muchas voces se alzaron para acusar a la película sosteniendo que aquellas imágenes alentaban la violencia.

Durante toda la década del sesenta continuó Burgess con ese ritmo frenético de escritura. Publicó bajo el seudónimo de Joseph Kell dos novelas, ‘One hand clapping’ en 1961 e ‘Inside Mr Enderby’ (primera de una serie de cuatro novelas sobre el poeta Francis Xavier Enderby) en 1963. También escribió una novela corta ‘The Eve of Saint Venus’ con ilustraciones del artista australiano Edward Pagram y un estudio sobre Shakespeare titulado ‘Nothing like the sun: a story of Shakespeare’s love life’.
En los setenta destacan tres novelas ‘Honey for the bears’, ‘Tremor of intent’ y ‘Enderby outside’. Esta última surgió de las experiencias vividas en los dos viajes que Burgess realizó a Tánger para visitar a Burroughs.
En 1980 publicó la que es considerada su obra más conseguida y profunda, ‘Earthly powers’. Fue recibida con grandes elogios por la crítica. George Steiner la describió como “una luz en el panorama literario, un triunfo de la imaginación y la inteligencia que eleva al género de la novela a la altura del gran arte.” ‘Earthly powers’ ganó el Premio Charles Baudelaire y el Prix du Meilleur Livre Etranger en Francia (1981).

Burgess también era músico y compuso cerca de doscientas piezas musicales durante toda su vida, alcanzando repercusión con muchas de ellas. Por ejemplo, su ballet sobre la vida de Shakespeare, ‘Mr WS’, fue transmitido por la BBC. Además, compuso acompañamientos para textos de T. S. Eliot, James Joyce, D. H. Lawrence y Gerard Manley Hopkins. E incluso se atrevió con el ‘Ulysses’, pues en 1982 realizó una adaptación musical, titulada ‘Blooms of Dublin’, de la obra magna de Joyce. El escritor irlandés está muy presente en las páginas de Burgess, como él mismo reconocía:
“De alguna forma mi ideal novelístico debe mucho a la influencia, no siempre positiva, de James Joyce, el novelista más innovador que ha existido, quizás con la excepción de Laurence Sterne, por el que siempre he sentido una gran devoción. Escribir a su sombra es una lección de humildad. En su obra veo reflejados la mezcla de talentos y el rechazo al catolicismo que caracterizan a mi propia obra.”

En los noventa Anthony Burgess, nacido en Manchester el 25 de febrero de 1917, contaba ya con más de setenta años. Por supuesto siguió escribiendo y publicando: ‘Mozart and the wolf gang’ vio la luz en 1991; y en 1993, ‘A dead man in Deptford’, su última novela publicada en vida puesto que ese mismo año murió de cáncer de pulmón en Londres, el 22 de noviembre. Vivió, como hemos comprobado, bastante más tiempo del que el diagnóstico de 1959 había pronosticado. Y el escritor no  desaprovechó esa larguísima prórroga: escribió desaforadamente porque, como confiesa en sus memorias, albergaba “la esperanza sin esperanza de dominar por fin el idioma, ese enemigo intratable”.




lunes, 10 de febrero de 2014

Entrada al sentido, de José Ángel Valente



La soledad.
El miedo.
Hay un lugar
vacío, hay una estancia
que no tiene salida.
Hay una espera
ciega entre dos latidos,
entre dos oleadas
de vidas hay una espera
en que todos los puentes
pueden haber volado.
Entre el ojo y la forma
hay un abismo
en el que puede hundirse la mirada.
Entre la voluntad y el acto caben
océanos de sueño.
Entre mi ser y mi destino, un muro:
la imposibilidad feroz de lo posible.

Y en tanta soledad, un brazo armado
que amaga un golpe y no lo inflige nunca.
En un lugar, en una estancia - ¿dónde?,
¿sitiados por quién?

El alma pende de sí misma sólo,
del miedo, del peligro, del presagio.



miércoles, 5 de febrero de 2014

Palabras para el que sabe (hoy se cumplen 100 años del nacimiento de Burroughs)



En Naked lunch, William S. Burroughs (1914—1997) vomita el infierno que fue creando y vislumbrando en su interior durante los quince años en que el escritor estuvo enganchado a la drogaDrogaes el término genérico que Burroughs utiliza para referirse al “opio y/o sus derivados, incluyendo los sintéticos, del demerol al palfium”. Es como si el resto de drogas no mereciesen el nombre de droga. Solo el opio, los opiáceos, es droga para Burroughs. De igual manera, denomina también con una palabra específica a su periodo de adicción a la droga: la Enfermedad. El escritor entró en contacto con la Enfermedad con treinta años y logró escapar de ella, tras incontables intentos fallidos, con cuarenta y cinco y en un aceptable estado de salud, considerando las circunstancias. Era 1959. Naked lunch se publicó ese mismo año reuniendo, ordenando y editando las notas que Burroughs fue escribiendo durante tan enorme –y abismal– período de tiempo. Debió de ser una tarea titánica, aglutinar esos quince años y crear algo totalmente nuevo con todo aquel incoherente material. Pero Burroughs es un especialista en salir airoso hasta de los peores envites que seamos capaces de imaginar.

William S. Burroughs, en París 
Muchos dicen (en el metro, en los bares, pero también en las cátedras…) sobre Naked lunch que se trata de las visiones de un alucinado, o que es un libro de una demoniaca fuerza onírica, aunque ininteligible, o algunas otras afirmaciones que apuntan a la falta de coherencia y de mensaje. Sostener esa idea que aún corre por inercia supone, en mi opinión, subestimar a Burroughs. Y –que conste en acta– eso no se me ocurriría hacerlo, jamás. Este hombre sobrevivió a lo que solo los elegidos son capaces. Ah, conviene recordar que desde que el mundo es mundo los elegidos, generalmente, no son esos héroes que tratan de vendernos con machacona insistencia, sino las criaturas que se saben adaptar. Desde este punto de vista, Burroughs siempre me ha parecido una cucaracha: un ser capaz de sobrevivir a la bomba nuclear.
En el prólogo de Naked lunch (¡léanlo!) nos avisa, lúcidamente, del contenido y del sentido e intención del libro. Burroughs se dispone a abrirnos sus entrañas, esas catacumbas que se fueron generando en su ser más profundo durante la Enfermedad (de la que, por cierto, no se libró nunca de manera total: sus recaídas fueron numerosas, aunque la virulencia no volvió a rondar la magnitud primigenia). El escritor nos expone en las páginas del libro –en una primera aproximación– sus vislumbres, esas vivencias interiorizadas de una forma cruda, sin excusas, sin prejuicios, con todo; esto es, leemos lo que iba anotando, poseído por laEnfermedad, lo que veía acontecer cotidianamente durante ese tiempo de drogadicción. Como ya he dicho, fueron textos escritos a tiempo real, es decir, dentro de la Enfermedad, hechos llevados al papel cuando ocurrían, o cuando se le ocurrían. De otro modo hoy no estaríamos leyendo estas particulares memorias, la droga va borrando la vida y los recuerdos. Naked lunch aporta la visión del mundo de un adicto, pero no cualquier adicto, ojo, estamos hablando de Burroughs, alguien muy sagaz. Y que no se casaba con nadie. Burroughs es un superviviente. O el superviviente. Cualquier persona habría sucumbido ante menos de la mitad de lo que este hombre resistió. Y no estoy refiriéndome al desmedido consumo de drogas, que también. Me refiero a las experiencias vitales y sentimentales, a las desventuras autodestructivas, y por encima de todo me refiero a lo que se atrevió a decir y a escribir. Lean el poema Thanksgiving day prayer. Esos versos chorreantes de sarcasmo los escribió para conmemorar el Día de Acción de Gracias de 1986, en EE.UU, y se los dedicó a John Dillinger, famoso atracador de bancos acribillado a balazos a la salida de un cine por un agente del FBI. Por una crítica mil veces menor en ese país, adalid de la libertad, un país maravilloso (no me malinterpreten), organizaron una quema pública de discos, y también hubo vetos a esa banda en determinadas radios.
Pues Burroughs (¡lean ese poema, por Dios!) dice lo que dice de frente, sin esconderse más de lo necesario, y ahí sigue, ahí siguió hasta la edad de ochenta y tres años. Sí, llegó a ser un anciano, pero de esos extraños ancianos a los que hay que pasarles el porro. O la jeringuilla… No, la jeringuilla no, se comenta que, entre otras cosas, el viejo tío Lee (2)   se salvó del SIDA porque siempre tuvo la inteligencia de pincharse primero. No tenía un pelo de tonto William S. Burroughs. Aunque en ocasiones lo pareciera. Aunque en ocasiones lo haya sido. Como cuando mató, accidentalmente, en septiembre de 1951 a su mujer Joan Vollmer de un tiro que, se suponía, debía haber reventado una manzana colocada sobre la cabeza de ella. Increíblemente, consiguió escapar a la justicia. Pero incluso esa anormalidad, que al tratarse de Burroughs parece normal, era de sencilla obtención comparada a escapar del sentimiento de culpa. No es para cualquiera el soportar toda una vida sabiendo que has matado a tu mujer, aunque fuese un accidente. Para entender esta catarsis, para profundizar en ese período de su vida es ciertamente fundamental la lectura de Queer, novela publicada en 1985. Además, para complicarlo todo un poco más, la escritura aparece involucrada de manera absoluta ya que, como el mismo Burroughs afirma en la introducción a este libro: “jamás habría sido escritor sin la muerte de Joan”. Se intuye en las páginas de esta novela (muy recomendable: uno de sus textos más acertados, en mi opinión) a un hombre que se descompone hasta las últimas consecuencias para superar la tremenda pérdida, el garrafal error. En ese proceso cancela, guardándolo bajo siete llaves, al sentimiento de culpa, esa punzada tan improductiva, ese tirano que cree que es posible trastocar el pasado mediante el sufrimiento. O que aguantar estoicamente una condena autoimpuesta hace que lo que pasó no haya pasado.

William S. Burroughs, en 1983 
Burroughs se las apañó para sobrevivir a todo lo que se puede sobrevivir. O sea: tan solo lo tumbó la naturaleza. Porque la naturaleza es vida; y la vida es muerte. Y no solo sobrevivió a todos los venenos que podían haberlo tumbado, sino que consiguió que su eje central y único siempre fuese su obra. En Burroughs no hay otra lucha que merezca la atención que su obsesión por expresar lo que portaba dentro. Por eso sus batallas con el lenguaje, por eso su incursión en la pintura en sus últimos años de carrera artística. ¿Y cómo consiguió esa total dedicación? Pues porque jamás se dejó llevar. Nunca se subió a espaldas de nadie. Desechó todos los trenes, coches y aviones que le ponían por delante y que podían llevarle más rápido, o más cómodamente. Porque nunca se permitió disfrutar del (relativo) éxito. A las cucarachas el éxito no les mueve, y esto es una obviedad, les mueve sobrevivir, y para sobrevivir han de cumplir su tarea. La tarea de Burroughs es su obra, nada más. El escritor lo sacrificó todo por su obra. No se le da la importancia que merece a este hecho. Burroughs coloca a su obra por delante de todo. Sí, es cierto: todo escritor que ha sido realmente grande ha realizado este salto mortal. Pero el caso de Burroughs es significativo porque es extremo. Como ya sabemos, sin la muerte de Joan, William no sería hoy día recordado como escritor ya que no habría recorrido ese camino. Según su propia confesión, su mujer hubo de morir para que él escribiera su obra. Tras esto, ¿qué podía interponerse entre él y sus libros? Nada. Ni siquiera su hijo (3) . El éxito, el dinero, la fama, la respetabilidad…, todas esas sirenas que han enloquecido a los más grandes, no eran capaces de embelesar a un William S. Burroughs que siempre se mantuvo a la distancia adecuada –la distancia a la que se encuentra la muerte– de todo lo que podía interponerse entre él y su obra. Una posición siempre incómoda, lo que lo hacía incómodo a él mismo frente a todo. Pero imprescindible. Burroughs eligió ser alguien periférico, nunca quiso ser tomado como base, como referencia, como modelo. Nunca tuvo complejo de pilar, de estructura. Sino que prefirió el estigma de sombra. Que cada cual aguante su vela, podría ser su lema. Un lema “cucarachil” tal vez, pero por encima de todo, un lema gatuno. Los gatos eran su debilidad. Porque incluso el menos humano de los humanos es humano. Los gatos hacen humano a Burroughs. Los gatos le permiten sentir empatía, filiación, comunión con la vida. Pudiera entenderse así su enigmática afirmación: “La gracia me llegó en forma de gato”.
Lucien Carr, Jack Kerouac, Allen Ginsberg y William Burroughs, en 1944 
Burroughs no quiso servirse de la ola que se creó entorno a la generación beat (ola a la que tenía derecho como el que más a subirse) y así llegar a mucho más público; decidió no aprovechar el tirón mediático, al contrario queAllen Ginsberg y, sobre todo, Jack Kerouac. Kerouac podría haber sido un escritor colosal, pero se dejó llevar. En cambio, Burroughs (en principio mucho menos dotado para la escritura) fue incómodo e hizo de esa incomodidad un arma poderosa. Fue incómodo incluso para la comunidad gay, aun cuando él fue de los primeros en escribir abiertamente sobre homosexualidad en la puritana tierra de los padres fundadores (todos muy machos, sin duda). En este punto se asemeja mucho al Lorca de la extraordinaria Oda a Walt Whitman (¡lean ese poema de Federico!). Burroughs se libró del encasillamiento siendo siempre incómodo como una piedrecita en el zapato: no tenía que hacer aspavientos para resultar molesto, sino simplemente existir y, en consecuencia, se prefería considerarle afuera, hacer como si no estuviese, pero era imposible no notar su presencia.
En cualquier caso, Burroughs sobrevivió, resistió en su puesto, y lo hizo también porque se atrevía a romper, cuando lo precisaba, lo que había creado y continuar luego su camino desde esas astillas. Se atreve a todo por su obra. Se reinventa multitud de veces. Porque Burroughs es un extraño caso de ser humano; y no solo porque sea escritor. Es un humano que no parece humano. Y sin embargo todos podemos reconocer al ser humano que hay en Burroughs cuando nos describe ese infierno íntimo de Naked lunch. En este libro, repleto de truculentas imágenes captadoras de atención, lo importante es, sin embargo, lo que no se ve; pero que está ahí. Esas fuerzas que operan a la sombra y que todos, de alguna manera, reconocemos. Por eso fascina tanto el personaje del Dr. Benway. En mi opinión, una de las creaciones más logradas de Burroughs.
“El doctor Benway ha sido llamado como consejero de la República de Libertonia, un lugar dedicado al amor libre y los baños continuos. Sus ciudadanos son equilibrados, conscientes, honrados, tolerantes y, por encima de todo, limpios. Pero el hecho de acudir a Benway indica que no todo anda bien tras esa higiénica fachada: Benway es manipulador y coordinador de sistemas simbólicos, un experto en todos los grados de interrogatorios, lavados de cerebro y control. No había vuelto a ver a Benway desde su precipitada marcha de Anexia, donde estaba a cargo de la D.T.: Desmoralización Total”.

Burroughs caracterizado como el Dr. Benway (foto: listverse.com)
El Dr. Benway es un personaje adelantado a su época. El dominador. El organizador. Pero sin dejar de ser “un chapuzas”. El Dr. Benway se postula durante la novela para gobernar ese infierno ingobernable desprovisto de humanidad. En Naked lunch, Burroughs dibuja un certero retrato de lo que generalmente no se muestra de la ciudad del siglo veinte, componiendo sin quererlo un prototipo de la ciudad del siglo veintiuno que parece nos esforzamos en copiar. La ciudad convertida en un pozo sin fondo donde siempre se puede caer un poco más, o mucho más, según te vayan las cosas. Las atrocidades que nos relata nos parecen atrocidades, pero, démonos cuenta, en ese inframundo son la cotidianeidad. ¿Qué es atroz, por tanto? Lo que nos lo parece hoy bajo ciertas condiciones de humanidad, pudiera ser que no nos lo parezca mañana por encontrarnos sin referencias personales, sin humanidad. Y ahí es donde apunta el Dr. Benway. Ese es el objetivo de los Doctores Benways. Sembrar de atrocidad el mundo –nuestro mundo particular– para que la asimilemos cada vez mejor. Recordemos que el Dr. Benway tiene como misión propagar el virus, la Enfermedad, cuya consecuencia más primaria y flagrante es la pérdida de humanidad. Naked lunch, por tanto, nos propone que veamos, de una vez y por todas, lo que hay en la punta de nuestros tenedores porque ahí pinchados estamos nosotros mismos. Y que, de este modo, dejemos de devorarnos antes de que sea demasiado tarde.



jueves, 30 de enero de 2014

(sin título)

Afán sin nombre
Sonreír tras los libros 


Ludwig Wittgenstein (Preliminares a "Notas sobre lógica")



En filosofía no hay deducciones; es puramente descriptiva. La palabra "filosofía" debe siempre designar algo que está sobre o por debajo de, pero no al lado de, las ciencias naturales. La filosofía no ofrece figuras de la realidad, y no puede ni confirmar ni refutar las investigaciones científicas. Consta de lógica y metafísica, la primera es su base. La epistemología es la filosofía de la psicología. Desconfiar de la gramática es el primer requisito para filosofar. La filosofía es la doctrina de la forma lógica de las proposiciones científicas (no solamente de las proposiciones primitivas). Una explicación correcta de las proposiciones de la lógica debe asignarles una posición única frente a todas las otras proposiciones.


Los libros fundamentales según Scott Fitzgerald



Sister Carrie, by Theodore Dreiser
The Life of Jesus, by Ernest Renan
A Doll’s House, by Henrik Ibsen
Winesburg, Ohio, by Sherwood Anderson
The Old Wives’ Tale, by Arnold Bennett
The Maltese Falcon, by Dashiel Hammett
The Red and the Black, by Stendahl
The Short Stories of Guy De Maupassant, translated by Michael Monahan
An Outline of Abnormal Psychology, edited by Gardner Murphy
The Stories of Anton Chekhov, edited by Robert N. Linscott
The Best American Humorous Short Stories, edited by Alexander Jessup
Victory, by Joseph Conrad
The Revolt of the Angels, by Anatole France
The Plays of Oscar Wilde
Sanctuary, by William Faulkner
Within a Budding Grove, by Marcel Proust
The Guermantes Way, by Marcel Proust
Swann’s Way, by Marcel Proust
South Wind, by Norman Douglas
The Garden Party, by Katherine Mansfield
War and Peace, by Leo Tolstoy
John Keats and Percy Bysshe Shelley: Complete Poetical Works



sábado, 4 de enero de 2014

Antologizar



antologizar

1. tr. Incluir en una antología.


    (Real Academia Española de la Lengua)