“Los
seres singulares y sus actos sociales constituyen el encanto de un mundo plural
que los expulsa. Se angustia uno de la velocidad adquirida por el ciclón en que
respiran estas almas trágicas y ligeras. Esto empieza por unas niñerías; al
principio no se ven más que los juegos.”
En este breve fragmento de Les enfants terribles,
novela publicada por el escritor francés Jean Cocteau en 1929, podemos atisbar
la tensión que se desarrollará en esta obra
extraña, fantástica, sutilmente onírica, donde el amor establece contienda con
la muerte bajo la piel de dos hermanos, Elisabeth y Paul, seres puros y
bestiales y fatalmente atraídos uno sobre otro, que alcanzan el punto de no
retorno en una habitación en donde se aíslan, encerrando todo su mundo. Observamos
así cómo las mencionadas pulsiones -Eros
y Tánatos- impregnan las páginas del libro, o sea, la vida de los personajes.
El encierro es voluntario, las camas son omnipresentes. Subyace la intención de
permanecer anclados, sobre todo en Paul. Desean ahogar el porvenir. Detener el
crecimiento que conlleva vivir. Se podría analizar como una teoría sobre el
rechazo a la madurez. En otras palabras, la renuncia a la vida adulta es el tema
fundamental de Les enfants terribles.
Como Albert Thibaudet, posiblemente el crítico
literario francés que gozó de mayor audiencia en el periodo entre las dos
guerras mundiales, sintetizó con maestría:
“Les enfants terribles es el libro de la infancia
que sobrevive (…) en seres marcados por un signo extraño, una característica
perdurable que la edad no logra borrar y que, por el contrario, exaspera. Así
como hay seres que no salen del sueño cuando despiertan, los hay que no salen
de la infancia cuando han crecido. Cocteau los ha conocido y ha escrito su dolorosa
novela.”
Jean Cocteau escribió este
libro mientras superaba uno de sus procesos de desintoxicación al opio. Era una
historia que llevaba años queriendo contar, que tenía guardada adentro, por lo
que cuando la novela se decidió a salir, lo hizo ininterrumpidamente, sin
permitir al propio escritor moldearla a su antojo. Así se deduce al leer lo que
confesaba el poeta francés en relación al proceso de escritura:
“Escribía siete páginas al día. Creo
haber contado que escribía diecisiete, pero eso es una fanfarronada marsellesa.
Escribía siete páginas al día, ni una más. Y en mitad del libro, cuando
Elisabeth se casa con el joven americano, quise decir cosas que me interesaban
acerca de América. Quise mezclarme en el libro, actuar por mi cuenta, y el
mecanismo se rompió. Tuve que esperar quince días para que volviera a ponerse
en marcha.”
Les
enfants terribles
fue llevada a la gran pantalla en 1950 por el director Jean-Pierre Melville. Cocteau
colaboró en todo el proceso; de hecho, la voz en off que se escucha en la película es suya. Su interés por el cine
venía de lejos y por aquel entonces ya había dirigido varios largometrajes. Entre
ellos, destacamos La sangre de un poeta (1930), hoy en día
todo un clásico. Cocteau influyó a conocidos realizadores franceses de la
siguiente generación, como François Truffaut, quien definía al genial poeta de
la siguiente forma:
"Cocteau
era de un cinismo muy especial, a base de magnanimidad. Era amable con todos y
esperaba que lo fueran con él."
Es decir, Jean Cocteau
era amigo de sus amigos. Entre sus amistades más relevantes, hay que señalar a Picasso
y Stravinski. También era un entusiasta del jazz, siendo promotor de los
primeros conciertos de jazz en Francia.
Por cierto, continuando con la música,
pero regresando a Les enfants terribles
y a la literatura, el propio Jean Cocteau nos aconsejó la banda sonora para
acompañar la lectura de su novela:
“Escribí Les enfants terribles obsesionado por Make believe (Show Boat); quienes gustan de este libro deben
comprar el disco y releerlo mientras lo escuchan.”
Make
believe
es una conocida canción que forma parte del musical Show Boat (compuesto en 1927 por Jerome Kern y Robert Russell). En
principio, conociendo ambas piezas artísticas, el resultado de la mezcla
pudiera parecer condenado al fracaso, no obstante, háganle caso a Cocteau, el
autor no lo afirmaba sin motivo: combinan sorprendentemente bien.
http://revistarocinante.com/contenidos/edicion_anterior/rocinante_59/index.html#/28/
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