martes, 21 de mayo de 2013

Salón de los espejos, de Rafael Pérez Estrada


Salón de los espejos


Es agradable atardecer en el Salón de los Espejos
porque el espejo es metáfora de lo infinito
y también lo es el fuego, pues la luz -como la mariposa ante la
llama y su fulgor- roza levemente el espejo para de inmediato 
abandonarlo.
Y es pájaro: la refracción y reflexión de la luz solo son vuelos.
El espejo es el otro, si no lo fuera no sería espejo, sería espejismo,
que es tanto como decir sofisma del espejo.
Comienzo de toda ficción e irrealidad no soporta el peso de la sombra.
Desde su lado oscuro, que es el lado oscuro de la luna,
se siente cómplice de las grandes ficciones,
denunciante del tiempo y sus sevicias,
servil hasta la imitación,
trampa de los narcisos confiados.

Su alma es vengativa: aliada al destino, maldice a aquel que
imprudente o consciente lo destruye.
Pero más que nada el espejo es filosofía pura:
¿Cuántas veces te he preguntado: ¿Qué refleja un espejo ante otro espejo?
¿Qué hacen cuando nadie les mira?
Nada es claro ni nada es definitivo en la claridad del espejo.
¿Reflejan las noches los espejos?
¿Conmueve la belleza a los espejos?
¿Son insensibles a nuestra destrucción?
¡Si pudiéramos revelar -como se obtiene el misterio de la
fotografía- las imágenes que oculta la plata del espejo!

Y es prueba clínica de la muerte real.


               

No hay comentarios:

Publicar un comentario