Al relente de los
sueños
«Todo lo que no
es mi alma no es para mí
más que
escenario y decorados.»
Fernando Pessoa
Aplazas
el mundo, soñador,
olvidas
las proporciones áureas en las páginas
y
te entregas a ti mismo;
no
hay esfuerzo y no hay búsqueda
en
el arte de soñar,
composición
imaginada del reflejo;
el
pasado de los hombres vuela
entorno
al candil de los sueños.
Todo
sueño es fervor,
estructura
innata del tiempo entre vigilias,
voluntad
de ceder el control,
la
atención y la inercia,
enfermedad
de las ideas, fiebre del pensamiento,
lenitivo
primordial.
El
arte puede mentir,
pero
el soñar no.
Vives,
soñador,
al
relente de los sueños.
Deambulas,
soñador,
por
las afueras de una ciudad inexistente.
Atrás,
lejos,
queda
la casa donde duermes.
Sobre
tierra húmeda te desnudas
y
en tus pies tienes sangre
porque
saltas sobre diamantes.
Preguntan
las páginas qué dirección siguen las palabras
y
el llanto de los árboles convierte la urbe y el mundo
en
una jungla
en
la que se besan las serpientes.
El
corazón del sueño
es
un gran vacío que late,
el
vértigo de un inmenso agujero
que
flota
y
se arrastra sin tiempo.
Gira
el sueño alrededor del abismo,
siempre
en contacto
con
la geometría de la nada.
El
sueño rompe la lengua del tiempo;
no
desaparece cuando desaparece el soñador,
no
desaparece cuando desaparece el espacio,
el
sueño permanece activo desde que nacemos,
jamás
descansa,
nuestra
vida se ha diseñado para soñar.
Es
un remolino sin fondo,
ojo
que se abre en las entrañas del alma.
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