lunes, 11 de junio de 2012

Amapola




Amapola que quitas el pecado del mundo
y vuelas sobre la espuma de tu nombre
otórganos el quejido transparente,
mata a los cuervos que tiemblan en este atardecer dilatado,
útero habitado hasta la lágrima,
sangre marrón que se apelmaza,
que se oxida,
miel amarga en el seno del beso más profundo de los campos
repletos de cabezones delgados, de líneas preñadas de sueño,
mientras llueven átomos y moléculas que acarician nuestros esqueletos,
y danos la paz, Amapola, danos tiempo,
oscurece nuestra memoria, apaga los interruptores,
produce el cortocircuito perfecto de las neuronas,
criatura sin amor creada con las ramas más delicadas del sueño,
como las nubes,
como los astros,
te desangras por las heridas de tu rostro ovalado,
cuando en realidad es tu cabeza quien domina a la muerte.

No nos dejes caer en la tentación, en el martirio que embelesa,
hemos de ser como la serpiente subcutánea y arrastrarnos,
huir de la sombras de aquellos cuervos en los límites de la ascensión
porque nosotros, los afiebrados, succionamos la muerte
para reunirnos con todo lo amado.
Se reinicia el tiempo,
un rato, un día, varios años fijas las miradas,
los nervios se vacían de significado
más allá de los ojos, de los párpados entornados
y de las pupilas quemadas por la luz última.
Amapola, solitaria atalaya desposeída de amaneceres,
relámpago silencioso, tormenta cálida,
ten piedad de nosotros, pecadores,
danos tu bendición, danos la amarga vida de tus bastardos,
atiende nuestras súplicas, protégenos,
Amapola, reina del tiempo,
transforma en cenizas nuestros nombres
las huellas del mal han desaparecido de las memorias de los dioses.

Amapola nuestra que estás en los cielos
rodeada de diminutos planetas silenciosos
abre el cofre de la clarividencia,
palabra capaz de construir ciudades,
espejismos
hechos del légamo trashumante de los muertos,
santificado sea tu nombre
en este universo que sostiene tu paciencia,
en este instante aletargado
¿cómo nos llamamos los afiebrados?
aturdidos en pensamiento, palabra, obra y omisión,
por el repiqueteo de tus pétalos en las venas.
Hemos pecado, Amapola,
hemos preferido el infierno,
hemos torturado a nuestra consciencia
que arrinconada susurra inabarcables morfemas
en el útero de tu querencia,
la llaga infectada de placer que compone la realidad bajo tu peso.

Eres tú quien maltratas al escarnio, lo despellejas,
no hay nada que no consiga tu corona,
tú quien perdona nuestras ofensas,
permanentes fronteras de nosotros mismos,
deslindes contagiosos que atormentan como sombras que no casan.
Amapola, flor soberana, madre de la pausa,
desciendes del silencio de los campos
para ralentizar la circulación del aire, un aire más cálido, más suave,
un aire que se complace en recorrer
incansablemente el mismo camino en nuestros pulmones,
sumando instantes
que exigen presenciar cada vez más, que desean abandonarse,
vivir en y para tu prodigio.
Tu savia algodona los alveolos, luego dilata la pleura,
los nervios se vacían de significado y ya no podemos irnos,
lo que está afuera no existe,
no hay nada ahí,
ni aquí,
ni allí…
vasija del sosiego, tensión última de la calma,
niebla navegada,
ruega por nosotros, pecadores,
atiende estos ruegos: danos otro pulso,
otro corazón para tus súbditos,
inmensas nubes de humo con tu olor en nuestros sueños.
Hágase tu voluntad, Amapola,
lejos todavía está naciendo el universo,
eres la deriva del fracaso,
eres la aldaba de los instantes,
la música que empieza cuando todo termina.




(de mi poemario en continua mutación: "La Serpiente")


1 comentario:

  1. Hay quien lo calificaría de blasfemo, no es mi caso. Me ha impresionado. Creo que tiene mucha enjundia.

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