miércoles, 9 de mayo de 2012

Edward Hopper: El tiro de gracia al Sueño Americano en Revista de Letras


Edward Hopper: El tiro de gracia al Sueño Americano

Por | Destacados | 7.05.12 


 

Hay quien afirma que las cosas al ser nombradas por primera vez pierden gran parte de su poder. Se podría incluso sostener que mientras los conceptos viajan por el inconsciente colectivo son realmente poderosos. Sin embargo, siempre aparece alguien que siente la necesidad de ponerle un nombre a esa realidad que la mayoría, de alguna manera, conoce. Así ocurrió en 1931 cuando James Truslow Adams en su libro The Epic of America escribió “American Dream” y en esas dos palabras condensó aquella idea que, entre otros logros, había posibilitado la creación de la nación más poderosa del planeta.

El término, por supuesto, se popularizó con inmediatez. Se podría pensar que este hecho iba a propiciar el inicio de una etapa de plenitud de los ideales que sustentaban el Sueño Americano. No obstante, lo que estaba aconteciendo era justamente lo contrario, es decir, se estaba completando el proceso de su extinción. Pero casi nadie se percató de ello.

No es casualidad que J. T. Adams encontrase el sustantivo y el adjetivo adecuados tan sólo dos años después del crack bursátil de 1929. La parafernalia que acompañaba al Sueño Americano fue clave para conseguir poner de nuevo en pie al coloso. En determinadas manos, las palabras, las explicaciones vertidas sobre el papel pueden alcanzar una precisión que roza la belleza. Pero la población estadounidense había despertado al verse sumida en la Gran Depresión y les era sumamente sencillo comprobar que esa realidad que se ensalzaba (apelando al orgullo nacional) ya no poseía el brillo, la verdad, de antaño. Mientras el mundo se sorprendía con la fuerza del término, con su vigencia, el Sueño Americano mostraba su debilidad en los interiores de las habitaciones de hotel, cafeterías, cines o apartamentos de clase media.


Este desfase entre la teoría erudita y la realidad anónima, acrecentado a partir de los años cuarenta al comenzar la nueva ola de bonanza económica, fue lo que Edward Hopper supo ver y plasmar en sus obras antes y mejor que nadie. Es decir, cuando el Sueño Americano resurgía apoyado en la maquinaria mediática  y parecía absolutamente invencible, este pintor nacido en Nyack, en 1882, se atrevió a decir desde la posición de artista reconocido (que se había ganado a pulso) que se estaba dando de comer a un moribundo, pues el Sueño Americano tenía los días contados.

El estilo de Hopper es sobrio, nada dado a excentricidades, y sus composiciones son simples porque no quiere distraer nuestra mirada con interferencias estilísticas. Él persigue que nos planteemos qué estará pensando esa empleada que fija su mirada en el suelo mientras los espectadores contemplan una película (‘Cine en New York’, 1939); o adónde miran los hombres cuando no miran nada, como el personaje de ‘Digresión filosófica’, 1959, que aparece sentado sobre el borde de una cama, junto a un libro abierto y dándole la espalda a una mujer semidesnuda que tendida parece descansar.

Además Edward Hopper es capaz de pintar lo que no se ve, lo que flota alrededor de sus personajes. Y ese aire que percibimos en sus cuadros no es algo etéreo, liviano o agradable, sino que es algo que pesa y oprime los cuerpos y las almas. Pareciera que no hay escapatoria posible. Hasta que descubrimos que prácticamente todos sus personajes están reflexionando sobre sus vidas, ya sea con mayor o menor intensidad. En otras palabras, el mundo que sustenta las pinturas de Hopper es el mundo del pensamiento.

Sus personajes no saben que el Sueño Americano está herido de muerte y aguardando el tiro de gracia, al contrario, para ellos goza de una vitalidad inusitada; no obstante se dicen, o se callan, una y otra vez, que sus vidas y sus trabajos se han transformado en algo toscamente rutinario. Estos hombres y mujeres desean escapar del cansancio crónico de ofrecer su libertad en pos de la Libertad que rellena libros y noticias pero que no perciben cuando miran hacia afuera y que sólo ven cuando miran hacia adentro. Edward Hopper trabajó con ahínco buscando la perfecta representación de ese pensamiento que aglutinaba todos los pensamientos de sus personajes: el anónimo final del Sueño Americano.



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