sábado, 26 de noviembre de 2011

Victoria nº 3


En 1915, en Valencia, Ferrer y Toledo fabricaron la primera máquina de escribir española. Su nombre: Victoria nº 3. El chasis era de bronce pero estaba completamente niquelado.


La aparición de este invento, como antes en otros países, aceleró el pulso de las comunicaciones y de esta manera afectó profundamente a las relaciones sociales hasta que su reinado durante gran parte del siglo XX se vio eclipsado por otros descubrimientos como el fax, el ordenador o la impresora.  En consecuencia, a partir de los años ochenta, el repiqueteo de sus teclas y el rumor provocado por el retorno del caño fue desapareciendo irremisiblemente de las oficinas, despachos y habitaciones de estudiantes y escritores.

A pesar de este hecho, la importancia de la máquina de escribir es primordial en el siglo XX ya que cambió el mundo moderno. Los intelectuales obtuvieron un instrumento que les permitía dar mayor velocidad a los procesos de la escritura. Además nacieron profesiones como la de mecanógrafa, con la cual la mujer se introduce con firmeza en el mercado laboral, iniciándose la ruptura de la idea preconcebida de que es él quien debe traer el sueldo a casa y ella la responsable de las tareas del hogar.

viernes, 25 de noviembre de 2011

¿Cuál es la finalidad del arte?



En primer lugar, antes de abordar el asunto de la finalidad del arte, creo imprescindible exponer primero qué es el arte. Por supuesto hay que aceptar la gran dificultad que entraña una definición a priori del arte. La ambición al proponer distintas explicaciones será la de provocar una reflexión que efectúe una especie de vaivén entre dos enfoques (el enfoque que tiene en cuenta el hacer, la factura, el objeto que se fabrica o construye, y el enfoque que apunta a la sensibilidad humana que aprecia ese resultado) además de indagar en esos aspectos que los diccionarios o manuales dejan inexplorados (en pos de buscar el mayor consenso posible). Por ejemplo, Joseph Joubert opinaba que “el arte consiste en esconder el arte”, es decir, que es esencial que en la obra terminada no aparezca nunca la dificultad, o en palabras de André Gide: “el arte supremo es el que no se deja reconocer de buenas a primeras”, cita que en principio podría llevarnos a pensar que contradice a la primera (y en cierta manera es cierto), pero que en realidad constituye un complemento, completando la significación de la sentencia de Joubert que, por otra parte, nos retrotrae al principio aristotélico: “La finalidad del arte es dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas, no el copiar su apariencia.”

Otra reflexión muy acertada, a mi entender, es la de Dino Formaggio, el filósofo italiano muerto en 2008, autor de obras como La muerte del arte y de la estética, que apuntó que “arte es todo aquello que los hombres llaman arte”; esto es, en la actualidad, despojándose de prejuicios y yendo al meollo de la cuestión, lo que convierte a algo en arte es que sea llamado arte. Tan simple como cierto. Esa función la ostentan hoy los grandes museos, por ejemplo, y para ello hay que proponer una argumentación que justifique su inserción en el ámbito/industria artístico/a,  y que sea aceptado por los críticos de arte y los mandamás de universidades, bibliotecas, galerías, o por la mayoría, así como los coleccionistas y demás especialistas. Por este motivo, a todos, a su heterogéneo conjunto, podríamos otorgar el título de Los Custodios del Canon. Si estos señores dicen que un urinario colocado al revés en el museo de New York es arte, un urinario colocado al revés es arte. Por supuesto, no siempre el Canon es el mismo, está en constante evolución. Con total seguridad se puede afirmar que La fuente de Duchamp no habría adquirido semejante estatus en la Ilustración, por citar un ejemplo. Quizás tampoco lo alcance en el futuro, pero, eso sí, ya se ha ganado un lugar destacado, y merecido, no crean lo contrario, en la Historia del Arte del siglo XX. Duchamp fue el primero en darse cuenta de este hecho, en 1917, y no se le puede restar mérito. Fue Jacques Vaché, amigo de André Breton, quien dijo: “El arte es una estupidez”, lástima que se suicidase poco después (1919), con tan solo veintitrés años.

Es decir, observamos que definir con claridad qué es el arte es una tarea prácticamente imposible, y la dimensión de un estudio en profundidad abarcaría, al menos, la extensión de una tesis, pero no por ello deja de ser importante haber tratado el concepto del arte como introducción para tener los mimbres para responder a la pregunta que propicia este brevísimo ensayo, volviendo de esta manera al punto de partida: ¿cuál es la finalidad del arte?

Propongo en primer lugar una reflexión de Susan Sontag: “La actitud realmente seria es aquella que interpreta el arte como un medio para lograr algo que quizás solo se puede alcanzar cuando se abandona el arte.” Susan Sontag propone el arte como medio para lograr algo, y no puede ser más cierto; eso sí, lo que cada cual quiera lograr y hasta dónde se está dispuesto a llegar para conseguirlo, es ya otro asunto. Pudiera ser que Vaché intuyese esta verdad demasiado pronto, es más, pudiera ser que se encuentre ahí el motivo de tanta muerte por propia mano entre los artistas.

Pero a qué nos referimos cuando hablamos de “finalidad”. Consultando el DRAE, se observa que “finalidad” significa “fin con que o por que se hace algo”, por lo que me permito transformar la cuestión inicial en cualquiera de estas dos: ¿cuál es el fin con el que se hace arte? o ¿cuál es el fin por el que se hace arte?
La pregunta, sea la primera o la segunda, parece menos envenenada ahora (recordemos que “fin” es sinónimo en este caso de “motivo u objeto”) y parece sugerir que sería conveniente dar voz a los artistas si se quiere disertar sobre las distintas posibilidades que surgen al querer desentrañar las múltiples respuestas. No en vano, los artistas son quienes buscan algo al realizar sus obras, o sea, una finalidad, pues siempre hay un objetivo incluso en los casos en los que se persigue negar esa finalidad (cosa poco común, por otra parte).

En general, podemos señalar que la finalidad del arte será expresar sentimientos, o propiciar la comunicación, o el hallazgo de una estética. También el deleite. O la transmutación de la realidad. En consecuencia, finalidades hay tantas como artistas. La alegría de Gauguin no es la alegría de Van Gogh, ni la tristeza de Lorca es la tristeza de Vallejo. Cada ser humano es un mundo en sí mismo.
Esta faceta humana del arte, vista con mayor amplitud, nos lleva a considerar como parte fundamental del hecho artístico al público. En otras palabras, cuando perseguimos concretar una respuesta coherente a ¿cuál es el fin por el que se hace arte?, no se puede soslayar la importancia de los ojos que admiran un cuadro, ni tampoco de los oídos que gozan de la música de una orquesta sinfónica, porque en estos individuos existe un bagaje intelectual, espiritual o simplemente social que sus sentidos estimulan al enfrentarse al arte.

En consecuencia, afirmamos que, además de todo lo expuesto anteriormente, hay tantas finalidades también como personas que contemplan (o contemplaron o contemplarán) la obra de arte, pues son estas quienes cierran el círculo, los destinatarios finales, abriendo un universo prácticamente infinito poblado por sus propias reacciones sentimentales e interpretaciones subjetivas. 









viernes, 18 de noviembre de 2011

"Elvis has left the building"


El 15 de diciembre de 1956, Horace Logan, responsable del concierto en Shreveport (Louisiana, EE.UU.) del Rey del Rock, cogió un micrófono ante más de 10000 fans (que habían gritado durante todo el espectáculo y que luego saltaron de sus asientos hacia la salida para ver a Elvis) e hizo historia: "Please, young people... Elvis has left the building. He has gotten in his car and driven away.... Please take your seats." (“Por favor, jóvenes… Elvis ha salido del edificio. Se ha subido a su coche y se ha ido… Por favor, regresen a sus asientos.”)


En los años 70, Al Dvorin era el presentador de Elvis Presley en sus shows en vivo y popularizó el uso de esta frase pues solía salir cuando el concierto había acabado para despedir al artista del público. Su voz aparece en varias grabaciones en directo de esa época: "Ladies and gentlemen, Elvis has left the building. Thank you and goodnight."




“Elvis has left the building” es hoy en día parte del léxico popular estadounidense, se usa para decir que alguien se ha marchado o que algo ha llegado a su fin. (En ambos sentidos parecería tener reminiscencias con la actual situación de la Economía, pero ese es otro tema.)

Y una curiosidad: en la serie cómica protagonizada por Kelsey Grammer, “Fraiser”, se utilizó una modificación de la expresión, “Frasier has left the building”al final de la canción que sonaba mientras aparecían los créditos.

domingo, 13 de noviembre de 2011

¿Para qué sirve la literatura?


Compleja tarea la de responder a esta pregunta porque, obviamente, no es cuestión que otorgue respuesta simple, o unívoca. El abismo que se abre es enorme al pronunciarla. Dicho lo dicho, o sea, a punto de caer en la desesperación, hallo en mi humilde biblioteca un texto titulado “Se escribe para mirar cómo muere una mosca” (frase de Margarite Duras, y una primera aproximación, aunque muy tangencial, al asunto) en el que dice Enrique Vila-Matas: “Después de todo, los ensayos, aun los más breves, tienen la ventaja de pertenecer al género literario más libre, y por tanto uno de los más bellos que existen. Sólo me siento realmente cómodo cuando escribo un ensayo, y es que no ignoro que con tanta libertad yo mismo seré el primero en contradecirme muy pronto, quizás en el siguiente ensayo.” Y entonces yo respiro y el exceso de equipaje, que me imposibilitaba avanzar, se desvanece. No hay apremios, no hay verdades. En cambio aparecen la libertad y la contradicción, extrañas almas gemelas, y me capacitan para realizar mi trabajo, esto es, proponer las utilidades de la literatura que considero fundamentales.

Es Vila-Matas quien afirma, también en el texto mencionado antes, que Margarite Duras, en la rue de Rennes, le confesó, a bocajarro, que ella escribía para no suicidarse. Él, por aquel entonces un joven aprendiz del oficio de escritor, se alejó pensando que aquella era simplemente otra frase rara de las clásicas de la Duras y no una declaración primordial a la inaprensible pregunta que cohesiona este escrito. Por lo tanto, colijo que en ciertos casos la Literatura evita, o aplaza cuando menos, la muerte prematura de las mismas personas, los escritores, que con sus esfuerzos hacen que este Arte continúe con vida. Parece un intercambio justo. Y, en mi opinión, sin duda, lo es.

Pero hay otros pilares en los que sustentar el hecho, probado ya al menos en cuanto a los escritores, de que la Literatura sirve para ayudarnos a vivir. Por ejemplo, Juan José Millás, en un acertado artículo periodístico titulado Pan y cine, sostiene que “Estamos hechos de pan y de novelas”, recordándonos que no es imaginable un mundo sin ficción. Ana María Matute expresó el mismo pensamiento de manera más concisa, “El que no inventa, no vive”. Pero yo prefiero la cita de William S. Burroughs, quién afirmaba: “No puede existir una sociedad de gente que no sueñe. Morirían en dos semanas.” Estas declaraciones podrían ser tachadas de corporativistas, al haber escogido solo a escritores, pero creo que sería negar una evidencia (cierto es, de las menos tangibles, o demostrables, pues cómo probar que al eliminar las fábulas la vida no sería posible) totalmente arraigada en el sentir popular. El contar, o escuchar, historias está grabado a fuego en nuestros genes. Con la literatura se crea una manera íntimamente genuina de vivir todas aquellas cosas que se puedan imaginar. Nuestra condición humana nos permite una sola vida, la literatura nos otorga muchas más.

En La tregua, Primo Levi retrata a las personas que estaban con él en el campo de concentración, individuos de los que no tendríamos noticia de no ser por la existencia de ese libro. Levi sostiene que todos ellos querían volver a sus casas, querían sobrevivir, no solo por el instinto de conservación, sino porque deseaban contar lo que habían visto para que aquella barbarie no volviera a suceder. Pero había más, luchaban por la memoria: al contar sus experiencias, buscaban que esos días trágicos no cayesen en el olvido. Porque para rescatar de su disolución a cada fragmento de vida que vuelve a nosotros, por más indigno, por más doloroso que sea, no existe mejor método que fijarlo con la escritura.

No hay que despreciar tampoco la capacidad de la literatura como vehículo de comunicación, compresión y comunión entre seres humanos, más bien al contrario. En palabras de Mario Vargas Llosa: “La literatura nos hace sentir iguales a los franceses cuando leemos a Víctor Hugo, cuando leemos a Albert Camus, y próximos e idénticos a los ingleses cuando leemos un Dickens o un Forster, y nos hace sentir rusos cuando leemos a Dostoievski o vemos sobre el escenario una obra de Chéjov.”
Las novelas tienden puentes entre las diferentes culturas aun cuando traten temas muy específicos de una sociedad concreta. Un lector puede conocer de primera mano cómo se vive o se muere, o cuánto cuesta ganarse la vida, en lugares que jamás pisarán sus zapatos. Y no hay que limitarse a la contemporaneidad, gracias a la literatura es posible acercarse y ponerse en la piel de nuestros ancestros así como vivir las aventuras y desventuras de los personajes de épocas remotas que perviven en las páginas de las grandes obras que nos acompañan desde hace siglos, como un legado imperecedero.

Acogiéndome a los principios ya expuestos de libertad y contradicción, terminaré este breve ensayo con el inicio de La Ilíada, en mi opinión una clase magistral de cómo sugerir en literatura, clave para atraer a los lectores: “Canta, oh musa, la cólera de Aquiles, cólera funesta que causó innumerables desgracias a los aqueos y precipitó al Orco muchas almas de héroes valerosos que fueron presa de perros y pasto de las aves –cumplíase la voluntad de Júpiter- desde que se separaron disputando Agamenón, rey de hombres, y el divino Aquiles.” En realidad, me parece que va a acabar teniendo razón Jorge Luis Borges cuando decía: “¿Pero por qué preguntarse por la utilidad de algo que es bello y nos emociona?”


martes, 8 de noviembre de 2011

Salvador Dalí y la contradicción


"Lo cierto es que al principio de los días nublados
de octubre, en las planicies solitarias de las dunas
de Ampurias, del lado sur de las excavaciones,
se puede oír una voz angustiadísima que se parece
mucho a la voz aceitunada de Salvado Dalí y que dice:
¿NO ME CONOCES? ¿NO ME CONOCES? ¡GALA!"
"¡Más pronto o más tarde, todos están destinados a venir a mí!"


(La primera cita corresponde al fragmento final del Prólogo Especial a la Edición Española de su novela Rostros ocultos y la segunda es la primera frase del Prólogo del Autor a la misma novela, que apareció originalmente en francés pues en España no se editó hasta 1952, censurándose los pasajes eróticos. En 2004, coincidiendo con el centenario del nacimiento del artista, Ediciones Destino la publicó por primera vez de manera íntegra.)